FESTIVAL Y MUNDIAL DE TANGO. BUENOS AIRES, ARGENTINA
FESTIVAL Y MUNDIAL DE TANGO. BUENOS AIRES, ARGENTINA.
Son tiempos convulsionados los de agosto, y no lo digo por las vacaciones estivales que dejan a todo el mundo desacatado y en ojotas, sino que hablo ahora de lo que sucede cruzando el océano, en otro continente, en otro clima, quizá en otro mundo.
Agosto es el mes en el que, mientras quienes están en Europa no dejan de subir fotos de mares azules y turquesas y transparentes y fluorescentes, desde Argentina se cuece lenta pero irrevocablemente un pequeño trozo de futura historia, que es el Mundial de Tango.
¿Otro mundial más?
¿No acabamos de soportar los cachetazos de Mbappè y de ver a Griezman restregándonos la Copa?
Con el paso de estás charlas-soliloquios (pero déjenme creer que son charlas) iré insistiendo en una idea que es inequívoca para quienes bailan tango: es un mundo aparte.
Ya lo he dicho alguna vez, en las conversaciones cotidianas es común entre los aficionados al tango escuchar frases como “en el tango y en la vida real…”, como si bailar tango fuera formar parte de un sueño colectivo, de una matrix que se hubiese creado para ellos, para su placer y (siempre habrá algo de melancólico y sufrido en la milonga) para su perversión o auto-flagelo.
Sin embargo, por fortuna esas no son más que percepciones iniciáticas.
El tango es parte de la realidad como las lágrimas de Messi o los cantoneos de Shakira, y tiene su mundial, que enfoca a todo el mundillo tanguero hacia Buenos Aires durante un par de semanas, pero que se ha cocinado durante todo el año en eliminatorias, torneos metropolitanos, competiciones continentales y un sinfín de eventos que lo ramifican por lo bajo y con menos luminarias, pero que le permite llegar a agosto con la fuerza de lo que se aguardó por tantos meses.
Lo curioso (especialmente a ojos extranjeros) es que es durante ese evento que el tango definitivamente reacciona en Buenos Aires. Por única vez en el año los ojos del país se vuelcan a mirarlo con detenimiento e interés, a entenderlo, a recordar que forma parte de la más arraigada cultura porteña en particular y Argentina en general.
El tango es enorme pero a la vez pequeño
Porque, lejos de lo que se cree en el resto del mundo, en Argentina el tango es enorme pero a la vez pequeño; enorme en relación a lo que es para los demás países, aunque pequeño confrontado a lo popular, a las luminarias del arte, a lo que se ve en televisión y se masifica.
Los argentinos no saben los nombres de los bailarines, ni tienen idea de la gran cantidad de eventos que “su” tango genera en el resto del planeta. Pero durante el mundial los canales de televisión se acercan a entrevistar a los participantes, hay programas enteros dedicados a la competencia, y al final, por una semana o dos, los ganadores de las diferentes categorías serán celebridades por un rato, nombres quizá efímeros pero que, hay que decirlo, habrán vivido su verdadero minuto de fama. Y aunque tal vez más tarde quede en el olvido del gran público, tendrá con esa impronta un nombre forjado en letras de oro por el resto de su vida, y viajará, y conocerá, y ganará lo que de otra manera no hubiese podido.
Ahora bien, lo que no se dice, lo que no se muestra, es la polémica.
¿Tiene una expresión artística como la danza, la necesidad de ser calificada en una competencia?
¿Puede el tango, con su origen de arrabal y sentimiento, ser medido y calificado de “mejor o peor”?
¿Es necesario que hayan ganadores en el arte?
Es un debate que se extiende mucho más allá del tango, por supuesto. Lo mismo podríamos preguntarnos de los concursos literarios, de los premios de obras plásticas, de las competiciones de canto o de cualquier otra contienda que involucre una expresión artística.
En el tango se debate mucho esto, a punto tal de que, para mensurar la polémica, diré que los más grandes bailarines del mundo (los más reconocidos, los que más viajan para enseñar), jamás participarían del mundial.
¿Entonces? ¿El mundial de fútbol lo juegan las estrellas futuras, o los mejores entre los mejores?
Ese quizá sea el punto álgido de la polémica. El mundial de tango al final parece ser, más que la consagración del mejor del mundo, una de esas competencias creadas para encontrar a las figuras del mañana.
Y entonces el nombre le queda grande.
Y entonces el concepto confunde porque, como hemos dicho, si en la única aparición del tango al gran público no le explicamos lo que vemos…
Sin embargo estas competencias tienen un valor, más allá del debate de si realmente consagra al mejor o no, o de si una expresión artística puede ser mensurada de ese modo, casi como un deporte: el de generar más eventos de tango en todo el mundo, y el de impulsar a un tipo de personalidades que necesitan de la competitividad para estudiar, tomar clases, prepararse y, entonces, nutrir un poco más (y de una manera diferente a la tradicional) a una danza que, por su propia naturaleza, de lo contrario estaría siempre cayendo en el riesgo del estancamiento.
Es así que, concluyendo, creo que toda polémica nutre, y que todo nutriente ayuda al crecimiento.
¡Aprobado el mundial de tango, entonces!
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