NOVI SAD TANGO CITY, NOVI SAD, SERBIA.
Todo manifestación artística, en su esencia está conformada por contrastes que a su vez actúan como espejos (que no consideramos abominables a pesar de nuestro adorado Jorge Luis Borges; ni a ellos ni mucho menos a la cópula, aunque a él le consintamos todo) que permiten tener una idea más acabada a partir del reflejo de uno en otro, de la distorsión que ese espejo imaginario proyecta en ambos lados.
No habría posibilidad de mensurar el Mundial del tango sin entender su dimensión, y no habría chance de dimensionarlo si no buceamos en alguno de sus opuestos.
Es así que, arbitrariamente (y cómo podría ser si no, si al final escribir no es mucho más que eso, una sucesión arbitraria de pensamientos subjetivados), hemos elegido un evento de una pequeña región distante de las luminarias tangueras de Buenos Aires para seguir conversando de esta pasión extraña y adictiva. Una lejana ciudad de Serbia, Novi Sad, tan extravagante para el tango como podría ser una milonga en Marte, algo que ni siquiera sabíamos que existe y sin embargo allí está, dando pasos y girando, con su gente ávida de Di Sarli o Troilo, dando esos compases inequívocos y “bandoneoneros” que ya no tienen fronteras.
Una de las más fuertes polémicas en el ambiente del tango, en Argentina, es la de si el tango es sólo una expresión musical o si es algo más completo, una expresión cultural que abarca todas las manifestaciones artísticas que van más allá de la música y la danza.
Por supuesto, esta última versión es la que convierte al tango en algo más completo, un arte, y es la que más nos satisface.
Y como todo arte, para crecer y evolucionar necesita conectarse con otras expresiones artísticas, otras formas de expresión a las que ya el tango está habituado.
Lo que encontré en el Novi Sad Tango City fue un evento pequeño pero bien organizado, cuidado en los detalles especiales como las locaciones (milongas en los barcos en la rivera del Danubio, o en las fortificaciones milenarias plagadas de historia, o en los espacios religiosos más emblemáticos de Serbia), pero más especialmente una dedicación por aquello que fue, hace ya una década, lo que me hizo alguna vez crear a Cinefilia Tanguera: la voluntad de relacionar al tango con otras músicas, otras culturas, otros artes y otras manifestaciones.
Realizar Cinefilia Tanguera en The Gallery of Matica srpska, en un espacio de prestigio en la pintura y la historia como ese, fue la confirmación de que juntar al tango con el resto de las artes es imprescindible y lo ennoblece.
Es difícil para los países que no son Argentina llegar a ello, porque lo más fácil es circunscribirse a lo básico, a la fórmula segura, a una milonga, unos maestros y una orquesta de tango.
Pero en Novi Sad apostaron por fundir al tango con el cine, y mucho más allá, generaron una unión profunda y delicada que obtuvo un éxito maravilloso:
Tamburitza Tango Concert, que juntó a la más tradicional música serbia, de pequeñas guitarrillas similares a mandolinas, con los bandoneones y los tangos más tradicionales. El resultado fue un gran concierto a sala llena, que atrajo a toda la ciudad a conocer al tango argentino, pero también a ver cómo esos locos tangueros se ponían a bailar en los pasillos, como si no dependiera ya de ellos, como si con tan sólo escuchar los compases de tango no tuvieran otra opción que saltar de sus asientos y lanzarse a bailar entre altares y señoras sonrientes que volvían a soñar los sueños de antaño.
Habría mucho por decir y mucho por pensar, pero hay algo que, definitivamente, no deja dudas: el tango puede ser más que la comunión de una particular música con su particular danza: el tango puede ser arte.
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